FOULCAULT, UN SENDERO QUE SE BIFURCA


“Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros mismos” (F. NIETZCHE).

 

Los últimos años de Michel Foucault, al menos los últimos diez, supusieron para muchos de los lectores e investigadores que seguían la evolución de su obra, un giro radical, en apariencia, con todo lo que había venido haciendo hasta ese momento.

Foucault parecía dejar a un lado los asuntos políticos que motivaron sus interrogaciones sobre importantes instituciones modernas, como lo son la medicina en su forma psiquiátrica de normalización de la psiquis o las cárceles, que a su entender actuaban como efectivos mecanismos de control, de dominación y de separación de las poblaciones que no eran de utilidad al paradigma hegemónico o stablishment que desde inicios del siglo XVIII se venía consolidando, momento que refirió en un famoso curso como El nacimiento de la bio-política.

Parecía desestimar de pronto el asunto político que yacía bajo las separaciones entre lo normal y lo anormal en nuestras sociedades modernas, el que, al ser develado, motivó diversos tipos de reacciones en la población francesa de su tiempo, ya sean intelectuales que se encaminaban junto a él en la genealogía de las relaciones saber/poder, como diversas manifestaciones organizadas por minorías identitarias, raciales, sexuales y más.

Este aparente viraje radical, ponía a Foucault en el papel de un erudito, al resguardo ahora, de todos los riesgos que un decir claro sobre la actualidad implicaba, lo que un cierto coraje de la verdad, una parreshia[1], no tendrían que suponer. Pero; ¿Es que en realidad se traicionaba Foucault a sí mismo? ¿No sería talvez, qué la radicalización de su postura lo había vuelto irreconocible ante las miradas poco perspicaces o atentas de sus intuiciones originales? ¿No será quizás que devenía aún más político de lo que el imaginario disidente podía concebir?

El filósofo de Poitiers (Foucault, 2001) y es justo esto lo que guarda relación con el equívoco sobre el giro en sus investigaciones, definía la filosofía como una: “peculiar forma de pensamiento que se plantea la pregunta (…) por aquello que hace que exista y que pueda existir lo verdadero y lo falso. (…) es una forma de pensamiento que intenta determinar las condiciones y los límites del acceso del sujeto a la verdad”.

Si partimos de esta consideración, la apuesta Foucultiana no se contradice, sino que se radicaliza, en su sentido explicito, que es el de ir a la raíz. Al interrogar aquellas prácticas antiguas que localizaban su atención sobre el cuidado de si, Foucault, viraba su atención a los procesos y las dinámicas que permitían y engendraban sujetos de verdad en un tiempo determinado; y no la verdad de los sujetos. Todo esto, aunque en su momento no fuese evidente, constituía cierta urgencia temporal, la de posicionar a su vez al sujeto, por muy paradójico que sonase, en la apertura de un mundo que está en constante producción.

El Dasein Heideggeriano, por poner un ejemplo usado por Giorgio Agamben en sus seminarios del EGS(Suiza,2009) para explicar el tópico en torno al problema irrecusable de la subjetividad en Foucault, dice que este, también atiende a la instanciación de la época por la que nuestro  autor se sentía interpelado, a la de reposicionar el papel de la existencia frente al de la esencia, ser en el mundo no significa que el sujeto intenta una relación con un afuera que es el mundo, por el contrario esto quiere decir que no existe sujeto antes o después de la relación, sino que este se da en la apertura que la misma relación permite.

La relación debe entenderse aquí como apertura de la temporalidad, que en Foucault es proceso de autogeneración, de la que los sujetos emergen. Si la verdad tiene una relación con el sujeto es en la medida en la que este último la constituye en sí mientras participa de un contexto de relaciones de la que no puede diferenciarse esencialistamente.

Puntualmente este cambio se posiciona sobre nociones prácticas en el mundo antiguo, como la epiméleia o la cura sui, que a diferencia de las consignas moderna de la interrogación o el conocimiento de si, las de una esencia de la subjetividad, se enfocaban sobre el cuidado, el cuidado de sí, que transformaba al sujeto previamente, haciéndolo capaz en consecuencia de una metamorfosis que le daba acceso a la verdad.

El estatus lógico y ontológico del sujeto es aquí completamente distinto al del sujeto moderno que se conoce y que desde ese presupuesto se encuentra con el mundo. La antigua inscripción en Delfos, concluye en una clase Foucault, no estaba completa. Hay que decir: cuídate y conócete a ti mismo. La verdad en la antigüedad no era posible sin una transformación de los sujetos en los que ella misma estaba comprometida.

Su alcance político: Frente a los modelos de soberanía en el ejercicio político del gobierno de los otros el oponía los modelos disciplinarios, llevando a la praxis sus intuiciones epistemológicas en torno a la producción de la subjetividad y las problemáticas que la generaban. Las técnicas de subjetivación que Foucault pudo caracterizar en este radical desvió permitieron entender más adelante, como las sociedades disciplinarias implementaron estrategias para producir subjetividades afines y funcionales a sus necesidades.

En ocasiones seguir con determinación un camino puede sugerir la impresión de ser poseso por la locura, quizás porque estas dos coinciden siempre en la confianza absoluta en una intuición.

 



[1] Michel Foucault dedicó el curso que impartía en el Collège de France entre 1983 y 1984, a tratar de modo exclusivo el asunto de la Parrhesía, es decir el coraje de la verdad, noción que en la antigüedad suponía el discurso de verdad que el sujeto está en condiciones y es capaz de decir sobre sí mismo.


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