Aristóteles, describe
la metafísica como el estudio de la infinita diferencia en la que el ser
se da a sí mismo, y como filosofo realista que era, supone este ser como capaz
de existir por sí, independientemente del contenido de la mente humana.
Ahora, como sostiene muy bien otro autor, más bien
contemporáneo, dedicado a este esclarecimiento, Maurizio Ferraris, quien dedica
un ingenioso libro a la historia y actualidad de esa ciencia primera, y a quien
seguimos en este respecto (junto a otros autores contemporáneos, entre los que
destacan para los intereses del presente trabajo Henri Bergson, Gilles Deleuze
y Manuel de Landa): la asimilación de la metafísica a la ontología es la decisión que mejor se
aviene frente a la creciente implicación actual entre el mundo de la física y
el mundo de la vida.
Del libro de Ferraris traducimos algunos fragmentos que
serán de suma utilidad para apoyar nuestra afirmación de partida:
“(…)
la metafísica sirve para clasificar y explicitar (el ser), así como la física
sirve para explicarlo a través del reconocimiento de causas en un contexto
empírico. Y es así como se define en los libros colocados después de los de
física aristotélica (no hay que olvidar que este título no es
original, sino que se deriva de la clasificación de los textos esotéricos
propuestos en el primer siglo a. C. por Andrónico de Rodas[1]):”
Más adelante nos dice el mismo
autor siguiendo a Aristóteles, que: “el ser se dice de muchas maneras y estas
además tienen un significado en común, el que se refiere a las propiedades que
trascienden cada investigación particular de esas distintas maneras, como
también de las entidades que son cercanas en algunos aspectos (los estudios de
matemáticas se hacen desde el punto de vista de la cantidad, los de la física
bajo el de la naturaleza, etc)”.
Hasta cierto punto esta
aclaración podría parecer ociosa e innecesaria, pero es justamente por destacar
la centralidad en “la ciencia primera” que tienen los diversos modos de
realidad en los que el ser se da y ya no la de la posibilidad o existencia de
realidades trascendentes, que la consideramos de suma utilidad.
Vamos de esta manera de la
afirmación del “Ser” con mayúsculas a la de lo que es de infinitos modos, es
decir de la metafísica entendida como el estudio de lo trascendente a la
ontología como el estudio de los diversos modos de ser en la realidad, de constituir
un mundo.
Y aunque aun así se trata de
establecer los principios generales de esta diversidad del darse del ser en los
entes, pues de eso depende el carácter primerísimo de dicha ciencia, la preocupación ontológica pone aquí los pies sobre la tierra.
Consistiría esto por sobre todo
en clasificar sistemáticamente las condiciones acompañantes del acontecimiento
(becoming), del venir a ser con todo lo que esto implica, por ejemplo que las
sistematizaciones de alcance general sean falibles todas en la medida en que
son inmanentes también a ese mismo acontecer.
De ahí que vemos posible una
diversidad de descripciones y sistematizaciones metafísicas o mejor dicho
ontológicas, sobre la realidad, ya sea dentro de las tradiciones occidentales
(materialismos, idealismo, correlacionismo, etc.) como fuera de ellas (India,
china, amerindia, etc).
La ontología así definida
buscaría antes esclarecer las equivalencias generales desde las diferencias
propuestas por cada sistematización, comparar categorías fundamentales a estas
sistematizaciones para de ahí explicitar la posible generalidad común a todas,
lo que para muchos autores, no iría más allá del reconocimiento de ciertos
tópicos problemáticos compartidos, hecho que para el presente trabajo que
sostiene la supervivencia de la ontología más allá de los limites
greco-judeo-latinos, es de suma importancia.
Sobre esta base interpretativa respecto a la metafísica
es que partimos para desarrollar la presente investigación. Sometemos al
juzgamiento de los resultados que esta investigación pueda aportar el hecho
necesario de que la discusión sobre esta asimilación entre metafísica y
ontología se sostenga en una escueta discusión.
Nuestros presupuestos implican la asunción del estudio
ontológico como investigación sobre los
diversos modos de realidad que se dan en el ser, como es lo que suponen los
principios de la metafísica aristotélica.
Se abre así la posibilidad de hablar desde ahí de
realidades sociales, experiencias de sentido constituidas en la conformación
del nosotros colectivo que a la vez comparte y sostiene regímenes de sentido
desde los que se establece lo que es posible o no en el mundo.
[1]
Aventuramos un somero comentario que tentaría explicar el hecho de que la
ciencia primera Aristotélica haya sido en un tiempo -lo que jugó un papel
también en su descredito moderno- circunscrita al estudio de realidades
trascendentes: En primer lugar está el rol que tuvo la atribución del título de
“metafísica”, por demás controversial. Y por otra parte también tenemos el
papel que en la propia sistematización ontológica Aristotélica desempeñan
nociones como identidad y esencia, que como presupuestos implícitos de todas
las ontologías posteriores, tendieron a disponer a las interpretaciones como a
sus fines a un más allá del mundo material (Sustancia).
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