En un galopante mundo que se mueve
en todas direcciones, como el Dullahan motociclista de Ryohgo Narita, quien busca desconsolado su
cabeza en una ciudad japonesa en pleno siglo XXI, es que tenemos que vérnosla
nosotros, nueva especie de espectros o residuos de esta "humanidad"
-post fundacional diría también para citar un trabajo muy comentado de Olivert
Marchant- difuminada ya hace un buen tiempo por sus propias creaciones, ejemplo
mayor el de su vástago más ilustre: la razón, o mejor decir la razón del
capitalismo, monstruo que como Frankenstein ha matado a su creador y se ha
apropiado hasta de su nombre.

Abandonados
aquí por ventura a
nuestra propia suerte y forzados a decir y hacer bajo el ruido ensordecedor de
un infinito mercado, que está en todas partes y en ninguna,
que da paso y abre a dimensiones recién
descubiertas o creadas, que son
a su vez
veneno y antídoto (como todo Pharmacon) para nuestros antiguos pesares secularmente
renovados
Digo
aquí sin hablar desde ninguna parte, de un
caosmos dónde conviven lo ciber-espacial
con su propia efectuación real-virtual y sus cuestiones políticas ciberpunks. No lugar, donde el asunto ciborg o post-humano plantea también debates a la bioética y
las antropotecnias sobre nuestras nuevas y antiguas prótesis (como en D.Haraway
ò en J. L.Nancy) por ejemplo.
Donde por sobre todo “lo político” se ha vuelto un asunto que no trata ya sólo de lo humano
en el sentido civilizador, del gobierno de los otros o su domesticación, modo que nos viene siempre
dado por el antropocentrismo de eso que llamamos occidente (él que es muy
probable que tampoco exista, pues ya no sabemos dónde anda realmente).
Político entonces, que es asunto ahora de
lo no-humano o de los derechos no humanos o de otras equivalentes cosmopoliticas que
nacen en el interior de esa herida abierta que es lo antropocentrico
mismo, para suspenderlo y abrir la búsqueda de efectuaciones de vida más
sinceras; es decir , al problema de la afirmación vital.
Abandono donde nosotros, herederos
de una estirpe casi extinta de viajeros-cartógrafos del desierto, Ulises sobre
arenas movedizas y jinetes Karabotas en la llanura universal sin calma, nos
vemos instados por una voz
amiga (que no
identificamos), a llevar la empresa prometeica de hacer el mapa de ese
territorio en metamorfosis, del cuerpo anómalo e informe de esto que habitamos
y que ya no es solamente la tierra, aunque no sea otra cosa. Pasar re-vista a
algunos temas urgentes, marcar algunos trazos, un tipo de
sand-art para
niños perdidos en la playa. Conscientes, solo ahí, desde ya, de que no
alcanzaremos jamás a completar dicha tarea, sino algunos fragmentos, algunas líneas
que se irán borrando con el tiempo.
Aun así, un proyecto tal, no puede
nacer sino de cierta urgencia que nuestra circunstancia
nos pone delante, la de nuevos modos de efectuar la vida, cuestión política
insisto, y en esto no tiene nada que ver el reduccionismo barato que ve en la
lucha por el poder, en la confirmación de los modos autoritarios su más
perfecta realización, tal mirada es al contrario una forma más del agotamiento
de todo posible, un cierre que presupone desde ya las alternativas a realizar,
la clausura de todo devenir (ya sea singular, ya sea político).
Cabe entonces preguntarnos antes
de pasar re-vista: ¿Si es posible decir para todos algo de valor con la
escritura sin confirmar los modos autoritarios, de especialistas? Y en caso de que lo fuera: ¿Qué podría decirse? o ¿Es que no hay
nada que decir? Pero, es justo ahí donde hay que intentar decir lo indecible,
“porque
solo el lenguaje indica en el límite, el momento soberano donde ya no cuenta”.

Sabiendo que lo que está en juego
es la apertura posible de toda ética y toda política. ¿Cuál sería el modo de
enunciar más acorde con esta inoperancia constituyente? Blanchot hubiese dicho
quizás, que la forma de actualizar ese imposible encuentro con el otro, podía
hallarse en lo que él llamó
"escritura fragmentaria".
Fragmentariedad que es tal por el hecho de liberar un espacio de lenguaje en el
que cada momento tendría por sentido o por función hacer indeterminados los
otros momentos. La fragmentariedad no es la oposición, no es instancia de la
realización dialéctica en este caso, es yuxtaposición o plegamiento que interrumpe
la sucesión.
Pero hay que advertir que esto no
constituye tipo alguno de respuesta, de acabamiento. Escribir fragmentos nunca
es suficiente para responder a la exigencia que nos plantea la inoperancia, lo
fragmentario. Esta ni siquiera llegara a ser una realidad, nacerá muerta, solo
le quedara contentarse con seguir siendo una exigencia: la de (no) ir más allá.
Porque la apertura de lo posible
que llega con el acontecimiento y no a la inversa (El acontecimiento político
por excelencia, no es la
realización de
un posible sino la apertura de lo posible) exige un modo de decir que es un
no-saber, la exposición de la propia inoperancia en la comunicación, haciendo
imposible el compartir de las voces que coexisten, ahondando la separación.
La revista se plantea así, como la
búsqueda no-finita de su propia
forma.
Sea en la convergencia de las voces, la diferencia de las perspectivas, de los
modos de abordaje. Esta escritura que suspende su propio gesto -distinta a la escritura de dominio, totalitaria-es apertura al
dialogo visto como constante creación de estrategias, como apuesta, -distinta a
la escritura de dominio, totalitaria- como riesgo, la misma que interrumpida se
prosigue...
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